miércoles, 30 de abril de 2014

La deuda

      Apuntó con calma y disparó. El hombre cayó de espaldas, sin apenas hacer ruido, y una mancha roja empezó a crecer en su pecho. Entonces lo supo. De esa forma absurda en que se saben las cosas en los sueños, supo quién era ese hombre. Gritó. Gritó hasta destrozarse la garganta. Pero su boca permanecía muda, reseca, paralizada en una sonrisa que era la sonrisa de otro hombre.  Cuando cuente tres, despertarás: Uno, dos, tres.  Regresa, Myriam, ordenó el psicoanalista. Ella abrió los ojos, todavía húmedos, se levantó del diván y,  rechazando el vaso de agua que le ofrecía la enfermera, bajó a la sala de espera. Su hijo, al verla entrar, sonrió y la encañonó con su pistola de juguete. Myriam se agachó, y lo abrazó fuerte, muy fuerte.