Mercedes consume sus días sentada en
la butaca. En el rostro macilento, siempre la misma expresión sin expresión. No
suele inmutarse por nada. Ni siquiera cuando, como ahora, Rafael, su marido, se
desnuda y sube a la mesa con la cruz de guerra que le dieron hace 60 años.
Pero hoy su casa está llena. Hijos y
nietos han venido de visita. Todos miran la escena del abuelo, con cara de “venga,
vamos, otra vez”.
Mercedes se levanta y, con ayuda del
caminador, se acerca a la mesa.
Cerca del río Jarama, una bala del
calibre 19, dice Rafael, señalándose el pecho.
Mercedes golpea la mesa con el
caminador. El marido se calla y todos se giran. Con manos temblorosas, ella
también se desnuda. Deja caer la ropa a sus pies. Separa los brazos y muestra
un cuerpo surcado de cicatrices.
58 años de cinturones. No dice nada más.
Un denso silencio se pega a las paredes,
cristaliza y estalla en mil pedazos cuando cae al suelo la cruz de guerra de
Rafael.
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