Los aullidos del perro. El llanto de su hermana al otro
lado de la puerta. Las carcajadas de su
madre, arrodillada a los pies del muerto. El latido de su propio corazón, golpeándole
las sienes. El cadencioso crepitar de la soga de la que cuelga su padre. De
repente todo encaja, se combina y se ajusta. Ritmo, armonía, melodía. Él es el
primero en comenzar a mover los pies al compás, improvisando una coreografía a
la que acaba uniéndose toda la familia. Hasta parece que papá chasquea los
dedos.
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