Que venga a darme un último beso, masculla Von Hagens
al oído de su médico personal. El doctor asiente, solícito, y con un rígido
ademán traslada la orden a la señora Hagens. Bárbara Hagens, en el local de striptease la llamaban sólo Barbie, da un
paso al frente. Osito, siento tanto que te mueras, dice, entre mascada y
mascada de chicle. El viejo saca unos brazos esqueléticos y la agarra con tal fuerza y rapidez que deja a Barbie sin aliento. Y la abraza. Y aprieta. Sus
cuerpos se funden. Se mezcan. Al deshacerse el abrazo, en la cama hay una anciana que
masca chicle y un joven esbelto se aleja
silbando algo de Sinatra.
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