martes, 30 de agosto de 2011
La paciencia del bronce
lunes, 29 de agosto de 2011
Foto de familia
–Papá, por favor, no te hagas muchas ilusiones –te ruega Amy, que está cerca de la ventana, mirando con aire escéptico el enorme paquete que ha traído el cartero.
Pero tú no la oyes. Con manos ansiosas, abres el embalaje y colocas su contenido sobre la mesa. Es un objeto cúbico de madera, parece una radio antigua, pero no lo es. Es una cámara fotográfica, una muy particular: una “cámara de espectros”. Fabricada en 1937 por el empresario noruego Thorleif Sviland según una patente de Ralph Ring, discípulo aventajado del mismísimo Tesla.
–Sólo se fabricaron cuatrocientas unidades –explicas–. Esta, en concreto, estaba acumulando polvo en los sótanos del museo antropológico nacional de Florencia. Con ella –exclamas sin disimular la excitación–, se tomó la famosa fotografía de la monja fantasma de la Rectoría Borley.
–Todo eso son patrañas –replica Amy con tono suplicante–, déjalo ya, papá.
Das un golpe sobre la mesa, e insistes, casi suplicante:
–Cariño, todos creen que estoy loco… Déjame intentarlo, al menos.
–Como quieras –acepta Amy, que se acerca flotando. Al pasar frente a la ventana, la luz la atraviesa como si fuera de cristal–. Este es mi lado bueno.
El mandril manco
sábado, 27 de agosto de 2011
El del otro lado
Vi que estaba en el lado equivocado cuando tiré una piedra al espejo y se resquebrajó todo a mi alrededor.
viernes, 26 de agosto de 2011
El parque de las estatuas
Esa era nuestra mesa, junto al fuego y frente a la ventana que daba al parque de las estatuas. Doña Eleonora nos hacia unos ravioli que te dejaban sin aliento. Después charlábamos y bebíamos martinis hasta que nos echaban, ya entrada la madrugada.
Terminamos la universidad y él encontró trabajo en Brasil, a mi me becaron en París. Aquí hicimos la cena de despedida. ¡Vaya fiesta! Ibamos a mantener el contacto, pero al final ya se sabe...
Al entrar, pregunto por Doña Eleonora a una camarera con tres peircings en la misma oreja. No ha oído hablar de ella, dice. Pase por aquí, su mesa ya está lista. Miro por la ventana, el parque de las estatuas es ahora una gasolinera. Me siento y pido un martini. Dentro de la chimenea hay un deshuminificador, me lanza aire frío a las piernas.
Consulto la hora, todavía tengo tiempo. Apuro el martini y escribo una nota en la servilleta.
Un minuto después estoy en un taxi. Marco el numero de casa. Cariño, digo, la reunión se ha anulado.