viernes, 26 de agosto de 2011

El parque de las estatuas

Hace semanas que no pienso en otra cosa. Y al fin aquí estoy.
Esa era nuestra mesa, junto al fuego y frente a la ventana que daba al parque de las estatuas. Doña Eleonora nos hacia unos ravioli que te dejaban sin aliento. Después charlábamos y bebíamos martinis hasta que nos echaban, ya entrada la madrugada.
Terminamos la universidad y él encontró trabajo en Brasil, a mi me becaron en París. Aquí hicimos la cena de despedida. ¡Vaya fiesta! Ibamos a mantener el contacto, pero al final ya se sabe...
Al entrar, pregunto por Doña Eleonora a una camarera con tres peircings en la misma oreja. No ha oído hablar de ella, dice. Pase por aquí, su mesa ya está lista. Miro por la ventana, el parque de las estatuas es ahora una gasolinera. Me siento y pido un martini. Dentro de la chimenea hay un deshuminificador, me lanza aire frío a las piernas.
Consulto la hora, todavía tengo tiempo. Apuro el martini y escribo una nota en la servilleta.
Un minuto después estoy en un taxi. Marco el numero de casa. Cariño, digo, la reunión se ha anulado.

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