lunes, 29 de agosto de 2011

El mandril manco

Si un día visitas el mercado de Malabo, que alguien te cuente la historia del mandril manco. Te dirán que apareció de repente una ajetreada mañana de agosto. Que no hacia caso de las miradas recelosas de los vendedores, ni de los niños selváticos que le lanzaban piedras. Que, cuando pasó junto a la parada de frutas, ni se inmuto ante las olorosas bananas. Siguió su camino, despacio, con los ojos entornados. “Míralo, si parece un santo” dijo el frutero. Te contarán que pasó frente al pescado, la carne, los cueros y las artesanías. Y que, para entonces, todo un cortejo seguía al mandril manco. Algunos, curiosos, y, los más, ya en actitud devota. No fuera que el frutero tuviera razón, y el mandril no fuera un mandril, sino un santo o un espíritu del bosque. Se detuvo frente a la parada de animales disecados y se sentó sobre la cabeza del león, todo su séquito se sentó también. Cuando el mandril manco cerró los ojos y un rayo de sol le iluminó el rostro, hubo exclamaciones de puro éxtasis místico. Exclamaciones que pararon de golpe cuando el mandril se levantó, se dio la vuelta y se fue caminando como había venido, despacio, con los ojos entornados. Pero ya nadie se fijaba en él, todos miraban ahora el humeante excremento sobre la cabeza del león.

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