El pie derecho se me resiste, pero el resto de su cuerpo
ya se encuentra sometido a mi voluntad. Incluso podría, si quisiera, hacerle
hablar lenguas desconocidas, arrojar chorros de vómito verde o girar la cabeza
360 grados. Pero ya estoy hastiado de estos jueguecitos, para este cuerpo tengo
preparado algo mucho más interesante. Arrastrando el pie insurrecto, llego
hasta la limusina blindada. El chofer, al abrirme la puerta, me mira con el rabillo del ojo. No es nada,
un accidente de golf, le tranquilizo. Él asiente, solemne; luego pregunta: ¿A
dónde le llevo, Excelencia? Empezaremos por Wall Street, allí siempre me siento como en
casa.
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