Nota las piernas pesadas, muy pesadas. Subo, escalón a escalón, arrastrándolas como puedo. Debo
llegar al final de la escalera. Mis compañeros suben corriendo, se alejan sin advertir
que estoy en apuros; no se giran cuando les grito, suplicando ayuda.
¿Qué pasa? ¿No me escuchan? Pero… un segundo. Miro en derredor. Todo es muy real, pero algo no encaja.
¡Claro!, no es más que un sueño. En realidad, a mis piernas no les pasa nada,
pienso con alivio. Casi inmediatamente, como respondiendo a esta subita revelación, todo empieza a disolverse
alrededor. Abro lentamente los ojos. La enfermera se sienta en mi cama, pasa un paño humedo por mi frente y me
coloca bien el respirador. ¿Has tenido una pesadilla?, pregunta. Parpadeo dos
veces. Significa que no.
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