martes, 21 de febrero de 2012

Lepidópteros cabreados


              Todo comenzó con aquel portazo. La sensación en el estomago, como un ligero aleteo, que había sentido los últimos meses, se tornó de pronto en una leve incomodidad. Cuando vi su  armario vacio, empeoró.  Y esa noche, al notar el  frío en su lado de la cama, me retorcí y grité agarrándome las rodillas. En el hospital me hicieron todo tipo de pruebas. Y un sesudo doctor, al ver la ecografía,  me aconsejó operarme sin perder más tiempo.  Está usted infestado, sentenció. Accedí enseguida, todo con tal de librarme de ese dolor.

             Cuando, a la mañana siguiente, desperté de la anestesia, me sentía débil pero aliviado. La enfermera, que estaba comprobando el goteo, vio que me removía y sonrió. De buena se ha librado, dijo señalando con la barbilla una caja de entomólogo encima de la mesilla, todo eso tenía usted dentro.  Al cogerla vi que contenía una docena de pequeñas mariposas con las alas clavadas. Cada una de ellas tenía  una diminuta boquita con filas de afilados dientes.

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