sábado, 25 de febrero de 2012
Jugando con el gatito
Hunde el gatito en el barreño de agua helada. Lleva años reprimiéndose, portándose bien. Pero hoy se merecía un capricho. Hay que celebrar que le han dejado salir. Se queda quieto durante unos segundos, relamiéndose, paladeando el goce, casi sexual, de notar entre sus dedos la lucha agónica de la vida; el chapoteo desesperado de los primeros momentos es lo mejor –hijos de puta, ¿de dónde sacarán tanta fuerza?-. Luego llega, siempre demasiado pronto, la distensión, el final. ¡Todavía no! Prolongar la agonía, recuerda, formaba parte del juego. Saca al gatito del barreño y, al escucharlo, siente una punzada de decepción. Este no maúlla. Sólo lloriquea.
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