sábado, 17 de marzo de 2012

Silencio interior


        Nunca fui tan feliz como la semana que mi voz interior se quedó afónica. Sucedió el sábado, tras una breve conversación con aquella rusa de ojos grises que soltaba monosílabos helados como témpanos. Aquel  "deberías dejarla en paz, ¿no ves que la molestas?" que escuché en mi cabeza, ya me sonó preocupante, más ronco de lo normal. Pedí al barman una infusión de romero con miel, pero no dio resultado. Fui escuchándola cada vez menos, hasta que enmudeció. Ese silencio interior me asustó un poco al principio; pero pronto empecé a sacarle partido: El lunes hice puenting; el martes me comí seis huevos fritos con mucha sal; el miércoles me compré la moto; el jueves fui al trabajo en bermudas de flores; y el viernes le expliqué a mi jefe donde podía meterse su amonestación. Y llamé a Ester y le dije que aun la quería, que le perdonaba todo. El sábado por la noche, cuando estábamos los dos fumando en la cama, charlando de nuestro futuro, escuché algo, una voz desgañitándose por hacerse entender: "¡Huye!"

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