Esas estrellas parecen frutas maduras, susurra el dragón que se enrosca alrededor de su cuello. Él tuerce
el gesto y continúa tatuando estrellas sobre el pecho de la chica.
-Ese dragón es impresionante, ¿Te
lo has tatuado tú mismo? ¿Hasta dónde te llega? -Pregunta ella, mirándole a los
ojos y acariciándole el cuello con un dedo.
-Míralo tú misma -está a punto de
responder, pero las palabras se atascan en su garganta. Y sonríe levemente, sin
levantar la vista.
De pronto, un dolor punzante
cerca de la oreja, allí donde descansa la cabeza del dragón. Y una húmeda
calidez resbala cuello abajo.
-¿Qué coño es eso? -pregunta la
chica.
-Nada -contesta él-, sólo es tinta
roja.
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